jueves, 3 de septiembre de 2015

POLÍTICA Y PERSUASIÓN

POLÍTICA Y PERSUASIÓN
(Las prácticas políticas como prácticas discursivas)





Por: Raúl Alberto Botero Torres
        Universidad Nacional de Colombia-Sede Medellín         
        Facultad de Ciencias Humanas y Económicas
        Departamento de Ciencia Política



 UNO.
Este texto tiene un propósito fundamental: mostrar de la manera más clara y contundente que sea posible el carácter argumentativo o mejor , persuasivo, de las prácticas políticas, en tanto que prácticas discursivas.  Esta afirmación que contiene la tesis a sustentar, implica trasegar un camino que comienza con el análisis de las prácticas discursivas desde la perspectiva dada por El Análisis Crítico del Discurso, continua con una asunción del carácter persuasivo que ellas revisten, en la medida en que pueden ser asumidas como procesos materiales generadoras de una forma de valor que nomenclamos como significación y termina, por lo menos provisionalmente, con unas conclusiones y derivas. Estas  últimas son, por supuesto, discutibles.

Planteo como dominante el carácter persuasivo y no exactamente el argumentativo porque este último presupone una apelación a la racionalidad de los sujetos intervinientes en el proceso de intercambio simbólico que tiene lugar a partir de unos intereses que van desde lo prosaico de lo material hasta lo poético de lo imaginario. Una mirada a las prácticas políticas que tienen lugar en el contexto de la sociedad colombiana contemporánea, así no supere el umbral de superficie, muestra de una manera bastante explícita que ellas están recurriendo a los afectos y las pasiones de los sujetos convocados  y no a su capacidad de análisis, cualquiera que ésta pudiera ser.[1] Adicionalmente, uno pudiera esgrimir como fundamento de la argumentación el carácter peyorativo que reviste en la mayoría de los casos el ocasional tratamiento de los presupuestos centrales de la teoría de la argumentación. [2] El capital simbólico que muchos de los grupos y de los sujetos invierten para participar de los procesos parece estar más del lado de lo instintivo que coloca los sujetos en un eje de horizontalidad con los individuos de otras especies, que del lado de la racionalidad constituidora de un principio de diferencia.

En este punto puede resultar significativo aludir a los presupuestos metodológicos ya que son ellos los que marcan la dirección del trabajo realizado. Parto de una hipótesis construida a partir la noción de práctica discursiva, en tanto resulta un concepto de base para cualquiera consideración de la política entendida como práctica generadora de significación[3]. A continuación me concentro en la consideración de la dimensión discursiva de las prácticas políticas, ya que desde mi punto de vista estas resemantizan lo real, en tanto giran alrededor de tres referentes: el Estado, el poder y la ley, asumidos desde los ámbitos de lo simbólico y de lo imaginario. Finalmente, intento inferir unas conclusiones que deben guardar con las premisas contenidas en los planteamientos iniciales una relación interna que pueda ser calificada de coherente. Dado que la teoría de base en este caso es la proporcionada por la retórica, presupongo que es la posibilidad de argumentar y no la de demostrar la que se impone.

DOS.
En el campo teórico del Análisis Crítico del Discurso hay muchos nombres que pudieran y debieran ser citados si el propósito es, como en este caso, aproximarse a la política bajo el presupuesto de que esta se constituye como una práctica discursiva. Me limito a algunos de ellos, ya que me resultan especialmente significativos. Pienso en Teun Van Dijk, Norman Fairclough, Michael Meyer o Ruth Wodak. Pienso en ellos, porque su trabajo a través de los años ha permitido entender que a partir de los indicios contenidos en piezas discursivas escogidas de una manera que parece cercana al azar, es posible reconocer líneas de producción semántica que en última instancia resultan teniendo un carácter explicativo. Van Dijk , por ejemplo, apunta a las implicaciones que tiene el despliegue del discurso en las posibilidades de la cognición social y en las connotaciones que resuenan en su interior desde las demandas de las ideologías. Fairclough, por su parte, alude a las implicaciones que tiene el análisis crítico en el vasto campo de las ciencias sociales. Un aspecto importante que él considera es aquel que alude al discurso como un momento en los procesos que materializan las prácticas sociales. Mientras Meyer se ocupa de los aspectos operativos de los métodos utilizados por este enfoque, Wodak trabaja de una manera exhaustiva el problema devenido de contemplar la historicidad de los análisis realizados con una metodología crítica.[4] Los citados y otros más que resultaría agobiante siquiera mencionar, logran con su trabajo lo que aparece en el horizonte de sentido de las llamadas ciencias sociales: visibilizar aquello que las ideologías dominantes intentan recurrentemente ocultar o trivializar en una operación manipuladora que supuestamente intenta explicar los ejercicios de dominación y de exclusión, pero que termina convirtiéndolos en anodinos al mostrarlos como dados de una manera que tiene que ver con la casualidad. Según esa estrategia manipulatoria las cosas suceden como suceden porque responden a unas lógicas de lo natural y no de lo social.
El análisis derivado de la postura del ACD responde en primer lugar a una noción de discurso según la cual este puede entenderse como “un concepto de habla que se encontrará institucionalmente consolidado en la medida en que se determine y consolide la acción y, de este modo, sirva ya para ejercer el poder”[5] Como bien puede verse en esta acepción de discurso lo que aparece como determinante es la noción de poder. Éste deriva su centralidad del carácter relacional que lo hace semejante y distinto a la ideología y a la historia. Esta triple relación puede ser asumida desde una perspectiva crítica, es decir evaluadora, que termine mostrando su valor relativo en tanto responde a los intereses de un grupo social y no del conjunto de la sociedad como generalmente es presentado.[6] Ruth Wodak plantea que “una explicación plenamente crítica del discurso requeriría por consiguiente una teorización y una descripción tanto de los procesos y las estructuras sociales que dan lugar a la producción de un texto como de las estructuras sociales y los procesos en los cuales los individuos o los grupos, en tanto que sujetos históricos, crean sentidos en su interacción con textos.[7]  Ahora bien, ya que ese discurso en la mirada de Van Dijk está tan estrechamente relacionado con la cognición social y con la ideología, es necesario, o  por lo menos procedente, dar cuenta de esas dos nociones. 

Según la profesora  Cyntia  Meersohn , que ha escrito una excelente presentación del trabajo de Van Dijk , para éste las creencias cognitivas fundamentales están en la base de las representaciones sociales compartidas por los miembros de los grupos sociales y marcan de distintas maneras el horizonte de sentido que termina siendo significativo en el proceso de configuración identitaria de los sujetos como miembros de esos grupos. Si lo que está en juego toda vez que los sujetos se inscriben en las prácticas discursivas, es la manera como acceden al vasto e intrincado mundo de la cognición social, entonces parece necesario, o por lo menos útil, asumir el discurso como una práctica social que genera unas formas de sentido mediante las cuales se valora lo real y se configura unas modalidades de realidad, en tanto que están basadas en la interacción y en la negociación que relaciona a los miembros de unos grupos sociales. Meersohn sostiene en otra parte de su texto sobre el pensamiento de Van Dijk  que “Las cogniciones sociales son estrategias y representaciones mentales compartidas que monitorean la producción y la interpretación del discurso”[8]  

Patrick Charaudeau y Dominique Maingueneau, partiendo de la noción de práctica social entendida como “una acción sobre el mundo: acción sobre uno mismo, sobre el otro y sobre las situaciones”, plantean que las prácticas lingüísticas son mucho más que un instrumento de comunicación o una representación del mundo.[9] Lo plantean, en la medida en que consideran que éstas pueden asumirse fundamentalmente como prácticas de producción de sentido, aunque también pudieran entenderse como prácticas de reproducción o de transformación de ese sentido, vinculado al mundo real y a las nociones de realidad que construimos a lo largo de nuestras vidas. Más acá de ello hay una noción que debo mencionar. Es la de formación de lenguaje, propuesta por J. Boutet. Para él ésta puede entenderse como “un conjunto regulado de prácticas de lenguaje que organiza a estas, según relaciones de fuerza, en prácticas dominantes y prácticas dominadas[10]  

Esas prácticas de lenguaje, insertas en el punto de entrecruzamiento de las teorías foucaultianas y las marxistas, permite la configuración de la noción de práctica discursiva. Esta puede considerarse como una forma de acción sobre el mundo, en relación directa con las fuerzas sociales. Foucault  entiende esas prácticas discursivas como “un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y en el espacio, que definieron en una época dada y para un área social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de ejercicio de la función enunciativa”[11] Maingueneau considera que las prácticas discursivas aparecen cuando “se trata de aprehender una formación discursiva en tanto es inseparable de las comunidades discursivas que la producen y la difunden”[12] Finalmente, una alusión a la Pragmática. en la medida en que estudia las relaciones entre los lenguajes y las condiciones materiales en medio de las cuales éstos son usados. En el estudio de estas relaciones interesa de manera primordial entender a las segundas como constituyentes de un contexto para la materialización de los primeros. Interesa también tener en cuenta que uno de los presupuestos fundamentales de la teoría pragmática es distinguir aquello que se expresa de aquello que se comunica. [13]

TRES.
He señalado al comienzo de este texto las razones por las cuales considero que las prácticas políticas son prácticas discursivas. Quisiera subrayar en este punto dos cosas que me parecen primordiales: 1. Esas prácticas políticas tienen en su base una lógica relacional que las lleva a buscar ser vinculantes e incluyentes.  2. Esas prácticas resemantizan lo real, en tanto redistribuyen las posibilidades de juego simbólico para los sujetos en sus relaciones con el mundo real y con las posibilidades de expresar de una manera clara sus percepciones.

He dicho también que esas prácticas giran en torno a tres referentes discursivos: El Estado, el poder y la ley. Pues bien parece ser la hora de precisar la manera como los entiendo, en tanto que dispositivos discursivos que están significando de nuevo cada vez que son usados en el contexto de delimitación de lo real que apunta a la configuración de una forma de realidad.

En primer lugar, entiendo El Estado como una macroestructura de sentido que deriva su validez de su inscripción en el contexto de una formación social históricamente determinada. Me parece que está más o menos claro que ese Estado deriva su plena vigencia del reconocimiento de su legitimidad  para regular de un modo cierto las relaciones intersubjetivas y las relaciones estructurales que conectan a los grupos sociales entre si.

En segundo término entiendo el poder como esa capacidad ostentada por los grupos sociales y por los sujetos interrelacionados que los constituyen de hacer algo que les resulta pertinente o relevante y, más allá de ello, de lograr que otros lo hagan bajo el presupuesto de que hacen lo que hacen, porque eso es lo deben hacer. En otras palabras, que lo hagan bajo el presupuesto de que ello constituye algo que responde a su naturaleza y no, como lo plantea un análisis objetivo, que esa acción realizada es el resultado de la manera como ellos interpretan lo real-real desde lo simbólico, pero, sobre todo desde lo imaginario. 

Finalmente, entiendo la ley como “la regla social establecida de modo permanente por la autoridad pública competente y sancionada  por la fuerza.”[14]  Un análisis mínimo de esta noción nos permite reconocer el carácter social que subyace en la  ley, el papel legitimador de la autoridad pública competente y la posibilidad sancionatoria de las fuerza. En la formulación de la ley se resalta esa frontera flotante entre lo público y lo privado. Como bien lo señala Ángel López García en un texto suyo sobre la teoría de los límites, estos no solo muestran donde termina algo, sino también donde empieza.[15]

A diferencia de lo que no pudiera llevarnos a creer el sentido común, la urdimbre de relaciones que hace político lo político se sustenta sobre la contradicción generada por el antagonismo de quienes concurren a las prácticas políticas en su condición de actores, para buscar, como dirían los sicoanalistas, el punto de sutura que permite convertir lo político en política. Esto puede resultar altamente significativo donde se ha ido abriendo paso la creencia ingenua de que el debate se fundamenta en la posibilidad de lograr el consenso y no de administrar el disenso. En palabras de Chantal Mouffe las posibilidades de la democracia radical se fundan mas en el antagonismo de los participantes demandando el respeto por la diferencia que en el engañoso acuerdo fraterno.[16] Para Juan Manuel Vera esto supone “un protagonismo de las pasiones en la política y la necesidad de movilizarlas hacia objetivos democráticos, afirmando que no se puede reducir la política a la racionalidad, precisamente porque la política indica los limites de la racionalidad, con su perpetua construcción de antagonismos.”[17]

Las teorías de la enunciación que pueden ser inscritas en el contexto de las teorías pragmáticas pueden ser vistas como parte de una vasta revolución teórica que llevo a un sector importante de los estudiosos del lenguaje a interesarse por el lenguaje, considerándolo una forma de acción. El papel jugado por autores como A.J. Austin, Jhon Searle, Emilio Benveniste y Patrick Charaudeau, para citar algunos, nos permite una conclusión o una deriva, así esta no sea muy definitiva y contundente. Esto nos lleva a plantear las luchas políticas como una interlocución persuasiva que se fundamenta el respeto por el otro a partir de la admisión de la diferencia antagónica. Es el derecho del otro a fijar y defender públicamente su diferencia lo que aparece como una exigencia para el uno. No sobra decir que el uno y el otro cobran validez no en relación consigo mismos sino en sus relaciones con el antagonista. Ese que siempre, absolutamente siempre, emergerá del análisis como mucho más que un sujeto empírico. Ese sujeto funge allí a la manera de un destinatario intermitente que evoca e invoca unas modalidades enunciatarias que lo llevan a ser “un cuerpo de saber”. [18]

Un proyecto político es siempre una posibilidad por materializarse en los términos de una enunciación que a diferencia de lo que es usual en los procesos enunciatarios no se la juega por el tiempo presente, sino por el futuro. No se trata de lo que es, sino de lo que puede ser. Desde una perspectiva retórica no importa tanto que puede ser verdad, como aquello que puede ser creído. Es como diría Borges, un juego laberíntico de espejos en que nos remiten no aquello que cada uno de ellos es, sino a lo que no es, es decir, a su significado.    
  



[1] El ejercicio de la política en Colombia parece estar identificada más por un ejercicio de los afectos, en especial del odio y del miedo, que por los intereses derivados de la condición de seres racionales. 
[2] El Presidente de la Republica aludió alguna vez a su dimensión de actor de la política con la siguiente expresión:”No soy un retórico, soy un luchador de la política.” En sus palabras uno puede reconocer una falacia nacida de un prejuicio: la retórica es palabrería. Imposible no recordar a Platón. 
[3] Esta consideración la hago desde la perspectiva del Análisis Crítico del Discurso.
[4] Talvez no haya en el Análisis Crítico del Discurso una noción más importante que la de crítica. Resulta fundamental en tanto supera con creces los límites de una valoración que se enfrenta al falso dilema de lo positivo de lo negativo y se asume como una evaluación rigurosa, sistemática y coherente de aquello que constituye su objeto teórico.
[5] Link J, citado por  Siegfried Jäger en su ensayo “Discurso y conocimiento: aspectos teóricos y metodológicos de la crítica del discurso y del análisis de dispositivos”.
[6] Todo proyecto político tiene un carácter vinculante, es decir, llama a la inclusión de todos. Solo que en la mayoría de los casos privilegia a unos grupos y excluye a otros, en una estrategia que puede ser develada por el análisis crítico.
[7] Ruth Wodak en Métodos de análisis crítico del discurso,  Página 19.
[8] Una introducción a Teun Van Dijk: Análisis del discurso” Página  3
[9] Patrick Charaudeau y Dominique Maingueneau  Diccionario de análisis del discurso”  página  454.
[10] Citado por Charaudeau y Maingueneau. página 454. Las negrillas son mías.
[11] Michael Foucault.  La arqueología del saber.  Página  153.
[12] Charaudeau y Maingueneau.  Op Cit.  Página  456.
[13] En relación con la validez de la pragmática hay básicamente dos posiciones: 1. Los que piensan que ella asume el significado de las palabras como específicamente lingüística (ejemplo, Oswald Ducrot) y los que consideran que este depende del funcionamiento global del pensamiento (ejemplo, Donald  Wilson).
[14] Héctor Velásquez.  Introducción al derecho.  Página  132
[15] Ángel López García.  Teoría de los límites.  Editorial Cátedra.
[16] El Presidente de la Republica ha reiterado en muchas ocasiones su percepción de las luchas políticas llamando al debate fraterno, sin odios y sin antagonismos. Solo que muchas veces ese llamado se acompaña de falacias ad hominen en las que ataca a las personas  y no a los argumentos que esgrimen.
[17] Juan Manuel Vera.  Chantal Mouffe: por una ciudadanía democrática radical.  Página  2.
[18] La hipótesis es de la profesora Gladis Lucía Acosta. En su acepción más radical esta concepción del sujeto permite ir más allá del sujeto empírico y aún del locutor, accediendo a la noción de sujeto como la de una posición ocupada precaria y transitoriamente por unas modalidades de enunciación expresadas más allá de la conciencia, pero no más allá del deseo.