POLÍTICA Y PERSUASIÓN
(Las prácticas políticas como prácticas discursivas)
Por: Raúl
Alberto Botero Torres
Universidad Nacional de Colombia-Sede
Medellín
Facultad de Ciencias Humanas y
Económicas
Departamento de Ciencia Política
UNO.
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Este
texto tiene un propósito fundamental: mostrar de la manera más clara y
contundente que sea posible el carácter argumentativo o mejor , persuasivo, de
las prácticas políticas, en tanto que prácticas discursivas. Esta afirmación que contiene la tesis a
sustentar, implica trasegar un camino que comienza con el análisis de las
prácticas discursivas desde la perspectiva dada por El Análisis Crítico del
Discurso, continua con una asunción del carácter persuasivo que ellas revisten,
en la medida en que pueden ser asumidas como procesos materiales generadoras de
una forma de valor que nomenclamos como significación y termina, por lo menos
provisionalmente, con unas conclusiones y derivas. Estas últimas son, por supuesto, discutibles.
Planteo
como dominante el carácter persuasivo y no exactamente el argumentativo porque
este último presupone una apelación a la racionalidad de los sujetos
intervinientes en el proceso de intercambio simbólico que tiene lugar a partir
de unos intereses que van desde lo prosaico de lo material hasta lo poético de
lo imaginario. Una mirada a las prácticas políticas que tienen lugar en el
contexto de la sociedad colombiana contemporánea, así no supere el umbral de
superficie, muestra de una manera bastante explícita que ellas están
recurriendo a los afectos y las pasiones de los sujetos convocados y no a su capacidad de análisis, cualquiera
que ésta pudiera ser.[1]
Adicionalmente, uno pudiera esgrimir como fundamento de la argumentación el
carácter peyorativo que reviste en la mayoría de los casos el ocasional
tratamiento de los presupuestos centrales de la teoría de la argumentación. [2]
El capital simbólico que muchos de los grupos y de los sujetos invierten para
participar de los procesos parece estar más del lado de lo instintivo que
coloca los sujetos en un eje de horizontalidad con los individuos de otras
especies, que del lado de la racionalidad constituidora de un principio de
diferencia.
En
este punto puede resultar significativo aludir a los presupuestos metodológicos
ya que son ellos los que marcan la dirección del trabajo realizado. Parto de
una hipótesis construida a partir la noción de práctica discursiva, en tanto
resulta un concepto de base para cualquiera consideración de la política
entendida como práctica generadora de significación[3].
A continuación me concentro en la consideración de la dimensión discursiva de
las prácticas políticas, ya que desde mi punto de vista estas resemantizan lo
real, en tanto giran alrededor de tres referentes: el Estado, el poder y la ley,
asumidos desde los ámbitos de lo simbólico y de lo imaginario. Finalmente,
intento inferir unas conclusiones que deben guardar con las premisas contenidas
en los planteamientos iniciales una relación interna que pueda ser calificada
de coherente. Dado que la teoría de base en este caso es la proporcionada por
la retórica, presupongo que es la posibilidad de argumentar y no la de
demostrar la que se impone.
DOS.
En el
campo teórico del Análisis Crítico del Discurso hay muchos nombres que pudieran
y debieran ser citados si el propósito es, como en este caso, aproximarse a la
política bajo el presupuesto de que esta se constituye como una práctica
discursiva. Me limito a algunos de ellos, ya que me resultan especialmente
significativos. Pienso en Teun Van Dijk, Norman Fairclough, Michael Meyer o
Ruth Wodak. Pienso en ellos, porque su trabajo a través de los años ha
permitido entender que a partir de los indicios contenidos en piezas
discursivas escogidas de una manera que parece cercana al azar, es posible
reconocer líneas de producción semántica que en última instancia resultan
teniendo un carácter explicativo. Van Dijk , por ejemplo, apunta a las
implicaciones que tiene el despliegue del discurso en las posibilidades de la
cognición social y en las connotaciones que resuenan en su interior desde las
demandas de las ideologías. Fairclough, por su parte, alude a las implicaciones
que tiene el análisis crítico en el vasto campo de las ciencias sociales. Un
aspecto importante que él considera es aquel que alude al discurso como un
momento en los procesos que materializan las prácticas sociales. Mientras Meyer
se ocupa de los aspectos operativos de los métodos utilizados por este enfoque,
Wodak trabaja de una manera exhaustiva el problema devenido de contemplar la
historicidad de los análisis realizados con una metodología crítica.[4]
Los citados y otros más que resultaría agobiante siquiera mencionar, logran con
su trabajo lo que aparece en el horizonte de sentido de las llamadas ciencias
sociales: visibilizar aquello que las ideologías dominantes intentan
recurrentemente ocultar o trivializar en una operación manipuladora que
supuestamente intenta explicar los ejercicios de dominación y de exclusión,
pero que termina convirtiéndolos en anodinos al mostrarlos como dados de una
manera que tiene que ver con la casualidad. Según esa estrategia manipulatoria
las cosas suceden como suceden porque responden a unas lógicas de lo natural y
no de lo social.
El
análisis derivado de la postura del ACD responde en primer lugar a una noción
de discurso según la cual este puede entenderse como “un concepto de habla que se encontrará institucionalmente consolidado
en la medida en que se determine y consolide la acción y, de este modo, sirva ya
para ejercer el poder”[5] Como bien puede
verse en esta acepción de discurso lo que aparece como determinante es la
noción de poder. Éste deriva su centralidad del carácter relacional que lo hace
semejante y distinto a la ideología y a la historia. Esta triple relación puede
ser asumida desde una perspectiva crítica, es decir evaluadora, que termine
mostrando su valor relativo en tanto responde a los intereses de un grupo
social y no del conjunto de la sociedad como generalmente es presentado.[6]
Ruth Wodak plantea que “una explicación
plenamente crítica del discurso requeriría por consiguiente una teorización y
una descripción tanto de los procesos y las estructuras sociales que dan lugar
a la producción de un texto como de las estructuras sociales y los procesos en
los cuales los individuos o los grupos, en tanto que sujetos históricos, crean
sentidos en su interacción con textos.”[7] Ahora bien, ya que ese discurso en la mirada
de Van Dijk está tan estrechamente relacionado con la cognición social y con la
ideología, es necesario, o por lo menos
procedente, dar cuenta de esas dos nociones.
Según
la profesora Cyntia Meersohn , que ha escrito una excelente
presentación del trabajo de Van Dijk , para éste las creencias cognitivas
fundamentales están en la base de las representaciones sociales compartidas por
los miembros de los grupos sociales y marcan de distintas maneras el horizonte
de sentido que termina siendo significativo en el proceso de configuración
identitaria de los sujetos como miembros de esos grupos. Si lo que está en
juego toda vez que los sujetos se inscriben en las prácticas discursivas, es la
manera como acceden al vasto e intrincado mundo de la cognición social,
entonces parece necesario, o por lo menos útil, asumir el discurso como una práctica
social que genera unas formas de sentido mediante las cuales se valora lo real
y se configura unas modalidades de realidad, en tanto que están basadas en la
interacción y en la negociación que relaciona a los miembros de unos grupos
sociales. Meersohn sostiene en otra parte de su texto sobre el pensamiento de
Van Dijk que “Las cogniciones sociales son estrategias y representaciones mentales
compartidas que monitorean la producción y la interpretación del discurso”[8]
Patrick
Charaudeau y Dominique Maingueneau, partiendo de la noción de práctica social
entendida como “una acción sobre el mundo: acción sobre uno mismo, sobre el
otro y sobre las situaciones”, plantean que las prácticas lingüísticas son
mucho más que un instrumento de comunicación o una representación del mundo.[9]
Lo plantean, en la medida en que consideran que éstas pueden asumirse
fundamentalmente como prácticas de producción de sentido, aunque también
pudieran entenderse como prácticas de reproducción o de transformación de ese
sentido, vinculado al mundo real y a las nociones de realidad que construimos a
lo largo de nuestras vidas. Más acá de ello hay una noción que debo mencionar.
Es la de formación de lenguaje, propuesta
por J. Boutet. Para él ésta puede entenderse como “un conjunto regulado de prácticas de lenguaje que organiza a estas,
según relaciones de fuerza, en prácticas
dominantes y prácticas dominadas”[10]
Esas
prácticas de lenguaje, insertas en el punto de entrecruzamiento de las teorías
foucaultianas y las marxistas, permite la configuración de la noción de
práctica discursiva. Esta puede considerarse como una forma de acción sobre el
mundo, en relación directa con las fuerzas sociales. Foucault entiende esas prácticas discursivas como “un conjunto de reglas anónimas, históricas,
siempre determinadas en el tiempo y en el espacio, que definieron en una época
dada y para un área social, económica, geográfica o lingüística dada, las
condiciones de ejercicio de la función enunciativa”[11] Maingueneau
considera que las prácticas discursivas aparecen cuando “se trata de aprehender una formación discursiva en tanto es
inseparable de las comunidades discursivas que la producen y la difunden”[12] Finalmente, una
alusión a la Pragmática.
en la medida en que estudia las relaciones entre los lenguajes y las
condiciones materiales en medio de las cuales éstos son usados. En el estudio
de estas relaciones interesa de manera primordial entender a las segundas como
constituyentes de un contexto para la materialización de los primeros. Interesa
también tener en cuenta que uno de los presupuestos fundamentales de la teoría
pragmática es distinguir aquello que se expresa de aquello que se comunica. [13]
TRES.
He
señalado al comienzo de este texto las razones por las cuales considero que las
prácticas políticas son prácticas discursivas. Quisiera subrayar en este punto
dos cosas que me parecen primordiales: 1. Esas prácticas políticas tienen en su
base una lógica relacional que las lleva a buscar ser vinculantes e
incluyentes. 2. Esas prácticas resemantizan
lo real, en tanto redistribuyen las posibilidades de juego simbólico para los
sujetos en sus relaciones con el mundo real y con las posibilidades de expresar
de una manera clara sus percepciones.
He
dicho también que esas prácticas giran en torno a tres referentes discursivos:
El Estado, el poder y la ley. Pues bien parece ser la hora de precisar la
manera como los entiendo, en tanto que dispositivos discursivos que están
significando de nuevo cada vez que son usados en el contexto de delimitación de
lo real que apunta a la configuración de una forma de realidad.
En
primer lugar, entiendo El Estado como una macroestructura de sentido que deriva
su validez de su inscripción en el contexto de una formación social
históricamente determinada. Me parece que está más o menos claro que ese Estado
deriva su plena vigencia del reconocimiento de su legitimidad para regular de un modo cierto las relaciones
intersubjetivas y las relaciones estructurales que conectan a los grupos
sociales entre si.
En
segundo término entiendo el poder como esa capacidad ostentada por los grupos
sociales y por los sujetos interrelacionados que los constituyen de hacer algo
que les resulta pertinente o relevante y, más allá de ello, de lograr que otros
lo hagan bajo el presupuesto de que hacen lo que hacen, porque eso es lo deben
hacer. En otras palabras, que lo hagan bajo el presupuesto de que ello
constituye algo que responde a su naturaleza y no, como lo plantea un análisis
objetivo, que esa acción realizada es el resultado de la manera como ellos
interpretan lo real-real desde lo simbólico, pero, sobre todo desde lo
imaginario.
Finalmente,
entiendo la ley como “la regla social
establecida de modo permanente por la autoridad pública competente y sancionada
por la fuerza.”[14] Un análisis mínimo de esta noción nos
permite reconocer el carácter social que subyace en la ley, el papel legitimador de la autoridad
pública competente y la posibilidad sancionatoria de las fuerza. En la
formulación de la ley se resalta esa frontera flotante entre lo público y lo
privado. Como bien lo señala Ángel López García en un texto suyo sobre la
teoría de los límites, estos no solo muestran donde termina algo, sino también
donde empieza.[15]
A
diferencia de lo que no pudiera llevarnos a creer el sentido común, la urdimbre
de relaciones que hace político lo político se sustenta sobre la contradicción
generada por el antagonismo de quienes concurren a las prácticas políticas en
su condición de actores, para buscar, como dirían los sicoanalistas, el punto
de sutura que permite convertir lo político en política. Esto puede resultar
altamente significativo donde se ha ido abriendo paso la creencia ingenua de
que el debate se fundamenta en la posibilidad de lograr el consenso y no de
administrar el disenso. En palabras de Chantal Mouffe las posibilidades de la
democracia radical se fundan mas en el antagonismo de los participantes
demandando el respeto por la diferencia que en el engañoso acuerdo fraterno.[16]
Para Juan Manuel Vera esto supone “un
protagonismo de las pasiones en la política y la necesidad de movilizarlas
hacia objetivos democráticos, afirmando que no se puede reducir la política a
la racionalidad, precisamente porque la política indica los limites de la
racionalidad, con su perpetua construcción de antagonismos.”[17]
Las
teorías de la enunciación que pueden ser inscritas en el contexto de las
teorías pragmáticas pueden ser vistas como parte de una vasta revolución
teórica que llevo a un sector importante de los estudiosos del lenguaje a
interesarse por el lenguaje, considerándolo una forma de acción. El papel
jugado por autores como A.J. Austin, Jhon Searle, Emilio Benveniste y Patrick
Charaudeau, para citar algunos, nos permite una conclusión o una deriva, así
esta no sea muy definitiva y contundente. Esto nos lleva a plantear las luchas
políticas como una interlocución persuasiva que se fundamenta el respeto por el
otro a partir de la admisión de la diferencia antagónica. Es el derecho del
otro a fijar y defender públicamente su diferencia lo que aparece como una
exigencia para el uno. No sobra decir que el uno y el otro cobran validez no en
relación consigo mismos sino en sus relaciones con el antagonista. Ese que
siempre, absolutamente siempre, emergerá del análisis como mucho más que un
sujeto empírico. Ese sujeto funge allí a la manera de un destinatario
intermitente que evoca e invoca unas modalidades enunciatarias que lo llevan a
ser “un cuerpo de saber”. [18]
Un
proyecto político es siempre una posibilidad por materializarse en los términos
de una enunciación que a diferencia de lo que es usual en los procesos
enunciatarios no se la juega por el tiempo presente, sino por el futuro. No se
trata de lo que es, sino de lo que puede ser. Desde una perspectiva retórica no
importa tanto que puede ser verdad, como aquello que puede ser creído. Es como
diría Borges, un juego laberíntico de espejos en que nos remiten no aquello que
cada uno de ellos es, sino a lo que no es, es decir, a su significado.
[1] El ejercicio de la
política en Colombia parece estar identificada más por un ejercicio de los
afectos, en especial del odio y del miedo, que por los intereses derivados de
la condición de seres racionales.
[2] El Presidente de la Republica aludió alguna
vez a su dimensión de actor de la política con la siguiente expresión:”No soy
un retórico, soy un luchador de la política.” En sus palabras uno puede
reconocer una falacia nacida de un prejuicio: la retórica es palabrería.
Imposible no recordar a Platón.
[3] Esta consideración la hago desde la perspectiva del Análisis Crítico
del Discurso.
[4] Talvez no haya en el
Análisis Crítico del Discurso una noción más importante que la de crítica. Resulta fundamental en tanto
supera con creces los límites de una valoración que se enfrenta al falso dilema
de lo positivo de lo negativo y se asume como una evaluación rigurosa,
sistemática y coherente de aquello que constituye su objeto teórico.
[5] Link J, citado por Siegfried Jäger en su ensayo “Discurso y
conocimiento: aspectos teóricos y metodológicos de la crítica del discurso y
del análisis de dispositivos”.
[6] Todo proyecto político
tiene un carácter vinculante, es decir, llama a la inclusión de todos. Solo que
en la mayoría de los casos privilegia a unos grupos y excluye a otros, en una
estrategia que puede ser develada por el análisis crítico.
[13] En relación con la validez de la pragmática hay
básicamente dos posiciones: 1. Los que piensan que ella asume el significado de
las palabras como específicamente lingüística (ejemplo, Oswald Ducrot) y los
que consideran que este depende del funcionamiento global del pensamiento
(ejemplo, Donald Wilson).
[16] El Presidente de la Republica ha reiterado
en muchas ocasiones su percepción de las luchas políticas llamando al debate
fraterno, sin odios y sin antagonismos. Solo que muchas veces ese llamado se
acompaña de falacias ad hominen en las que ataca a las personas y no a los argumentos que esgrimen.
[18] La hipótesis es de la profesora Gladis Lucía
Acosta. En su acepción más radical esta concepción del sujeto permite ir más
allá del sujeto empírico y aún del locutor, accediendo a la noción de sujeto
como la de una posición ocupada precaria y transitoriamente por unas
modalidades de enunciación expresadas más allá de la conciencia, pero no más
allá del deseo.
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