sábado, 22 de agosto de 2015

LAS RAZONES DEL SOFISTA

RAÚL BOTERO TORRES


LAS RAZONES DEL SOFISTA
(Una teoría de la argumentación política)



                                                Medellín- 2010


A Gladys y a Natalia, por su-puesto
  

"Cuando no puedes argumentar…golpeas"

ALBERT CAMUS

(“El Hombre Rebelde”)



.PRESENTACIÓN.

Talvez no haya en los seres humanos una característica o un rasgo más significativo que su competencia para conocer. Es tan definitivo este rasgo que uno podría afirmar de una manera contundente que los humanos somos seres que sabemos y, sobre todo, que  sabemos que sabemos. Al comprometernos en la pretensión de saber el mundo estamos constituyéndonos de una manera inquietante y seductora al mismo tiempo. Podemos saber el mundo como una forma de sabernos plenamente.

Esas posibilidades de conocer tocan con diversos y, a veces, contradictorios tópicos. En este caso interesa el de la política y sus posibilidades de significar en el contexto de lo real, en la medida en que tiene una dimensión discursiva. Ese intento por conocer los distintos aspectos de la política se fundamenta en la convicción de que es importante asumir con urgencia una reflexión teórica sobre  la citada dimensión. También, en aquella según la cual ésta puede y debe ser abordada desde la perspectiva general de las Ciencias del Lenguaje y, más exactamente, desde las Teorías del Discurso. Esas convicciones se fundamentan en el reconocimiento del Estado, el Poder y la Ley, como los referentes centrales de la política, en tanto que una práctica discursiva. La hermenéutica de esos tres referentes se erige, entonces, como la línea central del trabajo teórico que los politólogos hacen de las prácticas que constituyen su objeto.

Me asisten las precitadas convicciones en la medida en que considero las siguientes hipótesis: A. Esta dimensión se constituye en tanto las prácticas políticas tienen un carácter vinculante. B. Las teorías del discurso la abordan bajo la presunción de que la lógica que la asiste y le sirve de fundamento es una lógica relacional. C. Esta lógica implica una interpretación de la política que  atienda a las variadas posibilidades que ella ofrece de resemantizar lo real. D. Esas posibilidades, suponen  una revaloración de la dialéctica de la subjetividad, que termina asumiendo la noción de sujeto más como un conjunto de posibilidades ofrecidas por los posicionamientos tenidos, que por una condición ontológica fundamental ostentada por un elemento cualquiera del discurso. E. Dado el carácter de constructo comportado por los referentes de la Ciencia Política, se hace imprescindible un análisis coherente y sistemático.          

Esta propuesta académica tiene unos objetivos que pueden resumirse de la siguiente manera: 1. Abrir espacios para la investigación en Ciencia Política. 2.   Diferenciar las nociones de demostración, argumentación y persuasión. 3. Hacer una caracterización de la dimensión discursiva de la política. 4.  Aplicar los conceptos citados al análisis de las prácticas políticas, independientemente del tipo de participación que los sujetos tengamos  en ellas. 5. Ofrecer a los estudiantes de Ciencia Política los elementos teóricos que les permitan un acercamiento a las teorías del discurso y de la argumentación.

En el presente texto, escrito como parte de una reflexión teórica sobre la política, intento recoger, mostrar y explicar de una manera que resulte coherente y comprensible, las condiciones de la discusión sobre la dimensión discursiva de las prácticas políticas. Me interesa, sobre todo, proponer el debate a partir de unas conjeturas y unas hipótesis que resulten contrastables. No pretendo el consenso y el acuerdo. Aspiro si, a que todos podamos argumentar sobre las posiciones que cada uno de nosotros asuma y a que respetemos las diferencias que surjan, por agudas que estas puedan ser.

El texto se abre con una introducción hecha con base en la pregunta ¿Qué significa argumentar en política? Me interesa empezar resolviendo esa pregunta, así sea de manera relativa y parcial, porque considero que esta es la pregunta de base. Si tenemos algo que decir en frente de ella, entonces habremos comenzado a trasegar un camino lleno de incertidumbres y de ambigüedades, pero también de hallazgos en el horizonte del conocimiento. No busco la seguridad de una respuesta absoluta y contundente. Procuro, más bien, tener argumentos y razones para preguntar de una manera más fina y más cercana al espíritu investigativo que a la ingenua seguridad de la creencia. 
 
El primer capítulo alude a los postulados de la Pragmática. Ello se justifica en virtud de las posibilidades que ésta tiene de explicar el carácter intencionado de los usos que los sujetos le damos a los lenguajes. También porque interesa resaltar que en los procesos de argumentación se hace más o menos evidente la primacía de la llamada comunicación estratégica sobre la llamada comunicación abierta u honrada. Interesa precisar a qué  tipo de acción nos estamos refiriendo cuando aludimos a las acciones lingüísticas. También resulta importante examinar la teoría de los actos de habla, las estrategias discursivas y, sobre todo, el carácter polifónico del acto de enunciación.

 El segundo, está dedicado a hacer una aproximación a la noción de discurso. Esta se ha ido constituyendo en las últimas décadas como una categoría fundamental en el contexto de los estudios sobre el lenguaje. Su abordamiento significa pasar de lo abstracto y formal del lenguaje a lo pragmático devenido del acto enunciatario. Por esa razón lo que interesa en este punto es examinar todos esos mecanismos y procesos que permiten al lenguaje hacerse reconocible en el discurso. Me parece primordial examinar el discurso desde su doble dimensión de estructura y de proceso. Igualmente, estoy interesado en analizar las modalizaciones como expresión de la subjetividad y como fundamento de una tipología de los discursos.

El tercer capítulo involucra un examen mínimo, pero coherente, de la teoría de la argumentación. Este examen comienza con un rastreo histórico que compromete los aportes de la Retórica en la Antigüedad Clásica, pasa por los aportes del medioevo, hasta llegar a la actual Teoría de la Argumentación. Igualmente, intento abordar las categorías básicas en los procesos argumentativos. Me interesan de manera primordial, la persuasión y la verdad. La primera, porque la considero el eje dinamizador de toda argumentación. La segunda, porque la ambigüedad de su papel hacen imprescindible su consideración.   

El cuarto, y último de los capítulos del texto, se centra en la argumentación política. En la medida en que esta es la parte nodular del texto, resulta pertinente abordar todos y cada uno de los aspectos que hacen de la argumentación política, una argumentación específica y particular. Empiezo por contextuar en el ámbito del lenguaje todo propósito argumentativo, en la medida en que supongo que le resulta pertinente y apropiado. Examino después lo público, bajo el presupuesto de que constituye el centro de todo el quehacer político, porque éste busca siempre la satisfacción de los intereses colectivos, privilegiándolos frente a los individuales o particulares. Me interesan los referentes del discurso político, pero, sobre todo, las posibilidades de resemantizar lo real a partir de su uso discriminado. Me atrae la posibilidad de encontrar nuevos valores o distintos sentidos a unos significantes que básicamente aparecen como flotantes. A mi modo de ver las teorías contemporáneas del lenguaje, entre ellas las derivadas de las propuestas chomskyana, bajtiniana y perelmaniana, entre otras, nos llevan a la hipótesis de que el lenguaje constituye el más político de los temas. Por ello, precisamente por ello, es casi una evidencia que todo uso efectivo y material del lenguaje constituye siempre y en todo lugar un ejercicio de poder.


                                                        
INTRODUCCIÓN
¿QUÉ SIGNIFICA ARGUMENTAR EN POLÍTICA?
   “La retórica, como expresión de la libertad de palabra,
  se opone al ejercicio autoritario del poder” [1]                                                                                                     Bice Mortara Garavelli
  Los sofistas, en general; Gorgias, en particular, pueden ser vistos hoy como maestros de la palabra argumentativa. Dicho más enfáticamente: como practicantes de unas formas discursivas identificadas por el propósito de la persuasión. Más que crear una escuela o una corriente de pensamiento pedagógico en la cual fuese posible identificar maestros y discípulos, el objetivo primordial de su trabajo era el de lograr que los jóvenes que recibían sus lecciones fuesen capaces de pensar siempre por si mismos. De la lectura de sus textos me parece que podemos derivar una serie de propuestas sobre el discurso, los sujetos y el lenguaje que hoy, más de dos mil quinientos años después, siguen apareciendo como pertinentes y apropiadas.[2] Los sofistas, vistos en perspectiva, aparecen como los adalides del discurso argumentativo, es decir, de ese discurso que basa todos sus objetivos en el logro de una persuasión y no en la existencia de una verdad omnipresente y ahistórica.
 Una de las propuestas suyas que sobreviven al paso del tiempo y del olvido es la que quisiera considerar como la hipótesis central de este texto: todo proceso de argumentación  política tiene el significado de un ejercicio de poder. Soy conciente de los muchos problemas que involucra esta aserción inicial. Sin embargo, quisiera presentarla porque más que parecerme un punto de llegada, se me ocurre que es una manera interesante de comenzar a pensar todos y cada uno de los asuntos involucrados en  la pregunta que nos sirve de título. Por ejemplo, me parece que nos permite enfrentar las prácticas políticas como prácticas discursivas que por el camino de la enunciación terminan actualizando un dispositivo formal, en la medida en que lo hacen pasar por una serie de coordenadas que las configuran como el antecedente de una cierta y determinada forma de acción.    


Si nos inscribimos en la perspectiva abierta y sostenida por el trabajo de los distintos teóricos que han trabajado el tema me parece posible proponer una hipótesis inicial: Todos los procesos de argumentación política tienen el carácter de un ejercicio de poder.  Tienen esta condición porque más allá o más acá de los flujos de información y de comunicación que puedan darse cada vez que alguien intenta argumentarle a otro, lo que se presenta en todos y cada uno de los casos es una negociación del sentido. Dicho más sintéticamente: los procesos de argumentación política, tienen, además de un componente interaccional, otro transaccional, es decir, relacionado con la negociación de los acuerdos y los desacuerdos que ordinariamente suelen presentarse en este tipo de eventos en la medida en que los sujetos ponen a circular intereses materiales que los identifican y caracterizan como miembros de distintos grupos sociales. Esa negociación no se da de una manera explícita porque los sujetos recurrimos a ella más como de una manera intuitiva que como empleo conciente de una habilidad o destreza. Esa caracterización puede enfatizarse si lo que está de por medio es la persuasión que alude a los posicionamientos precarios e inestables que constituyen la condición subjetiva en relación al ejercicio del poder. De allí podemos deducir que  si lo que interesa es la búsqueda de la hegemonía, lo que aparece como objetivo es el tipo de relaciones que unen a los sujetos en vez de los sujetos mismos. Es decir, si el tipo de procesos que nos interesan son los identificados como políticos, entonces el carácter relacional puede ser mencionado de una manera más enfática, sin caer en el dogmatismo rampante.

 
Los procesos de argumentación política constituyen formas de ejercicio de poder en tanto que lo que está en juego allí es una apropiación simbólica del mundo real que está atravesada por las coordenadas de la ley y el Estado. Soy conciente de los muchos problemas que involucra esta aserción. Sin embargo, quiero  presentarla explícitamente porque más que parecerme un punto de llegada, se me ocurre que es una manera interesante de comenzar a pensar todos y cada uno de los asuntos involucrados en  la aserción que nos sirve de título. Por ejemplo, me parece que nos permite enfrentar las prácticas políticas como prácticas discursivas que por el camino de la enunciación terminan actualizando un dispositivo formal, en la medida en que lo hacen pasar por una serie de coordenadas que las configuran como el antecedente de una cierta y determinada forma de acción.    

Que el proceso de argumentación política tenga siempre estas características implica, en primer lugar, que a partir de él se resemantiza lo real de acuerdo con unas líneas de producción del sentido que suponen volver una y otra vez sobre esos significantes para transformar su valor. Conlleva, en segundo lugar, y esto me parece mucho más importante, una serie discriminada de preguntas que intentan caracterizar este tipo de argumentación de una manera que resulte adecuada y satisfactoria. Podríamos considerar preguntas como estas: ¿Cuáles son los elementos y las estrategias que convierten todo acto de argumentación política en un ejercicio de poder?, ¿Cómo entender o asumir la noción de poder?, ¿Cuáles son las posibilidades y los límites de los grupos sociales en ese acto o proceso argumentativo?, ¿Cuáles las de los sujetos particulares y concretos?, ¿Desde cual perspectiva teórica interrogar la argumentación política? Las respuestas a esas preguntas, serían en primer lugar eso, respuestas. En segundo lugar, constituirían siempre la base de unas preguntas más amplias, complejas e inquietantes. Por todo eso me parece importante señalar que una respuesta aparece siempre en un horizonte de sentido que la hace provisional y discutible, pero respuestas al fin y al cabo.

Los procesos de argumentación política tienen siempre las características de una enunciación persuasiva. Eso significa, de un lado, que se constituyan como acciones que actualizan un lenguaje, considerado como un sistema. De otro, supone que su razón de ser es la interlocución que intenta cambiar los comportamientos de quien escucha o quien lee. En otras palabras, lo que se pone en circulación cada vez que se argumenta políticamente es un conjunto de estrategias que buscan la adhesión de los interlocutores objeto de la persuasión a la propuesta planteada por el destinador. Esas estrategias son pertinentes en la medida en incorporan un orador, unos argumentos y un auditorio. Examinemos, así sea brevemente, cada uno de estos elementos.

El orador podemos entenderlo como un sujeto individual o colectivo que desde una serie de intereses inscritos en los distintos órdenes de lo real profiere o enuncia unos mensajes y, como lo afirma Alvaro Díaz Rodríguez, siempre busca “acrecentar la adhesión de quienes comparten sus puntos de vista sobre el tema y trata de persuadir al mayor número de competentes y razonables.” [3] El orador habrá de esgrimir siempre un punto de vista que a juicio suyo aparezca como razonable y verosímil. Es decir, el primero que debe creer el argumento planteado es el orador como tal. Ello porque le resultará poco menos que imposible convencer o persuadir a otros de un argumento que a él mismo le resulta deleznable y trivial. El propósito fundamental del orador tendrá que ser llevar a sus interlocutores, vale decir a su auditorio, a cambiar de una manera más o menos importante no sólo sus creencias y sus gustos, sino también, sus comportamientos. Por eso, sus objetivos básicos tienen que ver con una filosofía práctica. En su accionar argumentativo el orador deberá tener en cuenta a sus interlocutores de una manera integral. Chaïm Perelman sostiene que la argumentación no sólo busca la adhesión intelectual, sino que muy a menudo pretende “incitar a la acción, o, por lo menos, crear una disposición para la acción” [4] Esto se explica en la medida en que “Quien argumenta no se dirige a lo que considera facultades tales como la razón, las emociones, la voluntad; el orador se dirige al hombre completo, pero, según los casos, la argumentación buscará efectos diferentes y utilizará cada vez métodos apropiados, tanto para el objeto de un  discurso, como para el tipo de auditorio sobre el cual se quiere actuar” [5]

En este punto concreto me parece pertinente subrayar el carácter estratégico de la argumentación política. Me parece importante enfatizarlo porque es de esa condición que se deriva una característica sustancial para el orador: su búsqueda de posicionamiento en la perspectiva de lograr un lugar dominante o hegemónico en relación con su interlocutor, que para estos efectos funge como antagonista. También parece necesario aludir a las posibilidades que el orador, en el caso de la argumentación política, tiene de construir, irregular y contradictoriamente, su identidad. Que esa identidad sea inestable y precaria no disminuye de manera sustancial su importancia en la configuración del orador considerado como enunciatario más o menos consciente de unos mensajes. No las disminuye porque ese orador, quienquiera que sea, expresa a través de sus argumentos, más exactamente a través del punto de vista que estos contienen, sus convicciones más profundas.

Los argumentos, siempre habrá que recordarlo, constituyen formas de razonamiento sobre lo contingente, es decir, sobre aquello que en un momento determinado del proceso de interlocución aparece como confiable para lograr ser claros y coherentes en esas posiciones, independientemente de lo consensuadas que puedan resultar. Alvaro Díaz Rodríguez propone entender un argumento como “un razonamiento en el que se justifica o sustenta una convicción” [6] Según su idea de argumento éste debe tener siempre una organización interna regida por la coherencia. Esa coherencia supone una lógica relacional que implica, en todos los casos, que el argumento deriva sus posibilidades de significar no del número de sus componentes, sino de las maneras como éstos estén relacionados. Los argumentos tienen como componentes esenciales: Una posición o un punto de vista, un condicionamiento, un fundamento, un garante, una concesión, una refutación. Estos componentes, más allá, de sus particularidades, resultan pertinentes en tanto se relacionan a partir de unos principios o de unas condiciones de eficacia.

Giandomenico Majone hace, a propósito de la argumentación política, una distinción entre los argumentos que permiten tomar decisiones y los análisis que conllevan a un análisis más o menos objetivo de una situación dada. Majone subraya que los primeros son necesariamente subjetivos porque lo que siempre está en juego en ellos es un conjunto de valores, gustos y creencias compartidos por unos grupos sociales. Los segundos, en cambio, están cerca de la objetividad en la medida en que tienen una superestructura expositiva o descriptiva que puede soslayar con cierto éxito los compromisos afectivos. Teniendo en cuenta lo anterior sostiene que “debe trazarse una distinción clara entre el análisis profesional de las políticas y la defensa o la deliberación de las políticas. El análisis profesional de las políticas comienza sólo después de que se han estipulado los valores relevantes, ya sea por un gobernante autorizado o mediante la suma de las preferencias ciudadanas en el proceso político” [7] Junto con lo anterior es importante subrayar que los procesos de argumentación no pueden ser asumidos por quienes los practican como formas más o menos explícitas de demostración. Los argumentos no pueden demostrar absolutamente nada. Sólo puede aspirarse con ellos a lograr la adhesión de unos auditorios, en la medida en que se utilicen argumentos que resulten ser convincentes porque tienen fuerza ilocutiva. Otra vez Majone: “La imposibilidad de probar cuál es la acción correcta en la mayoría de las situaciones prácticas debilita la credibilidad del análisis como solución del problema, pero no implica que la información, la discusión y el argumento sean irrelevantes. Razonamos aun cuando no calculemos: fijando normas y formulando problemas, presentando pruebas en pro y en contra de una propuesta, ofreciendo o rechazando críticas. En todos estos casos, no demostramos: argumentamos.” [8]

Examinemos ahora la noción de auditorio. Su análisis se justifica plenamente en la medida en que es posible afirmar que marca una línea de diferencia entre la Retórica Antigua y la Nueva Retórica o Teoría de la Argumentación. Chaïm Perelman, quien sin duda alguna es el representante más significativo de la segunda, propone entender el auditorio como “el conjunto de aquellos sobre los cuales el orador quiere influir con su argumentación”. [9] Este conjunto, como lo advierte el mismo Perelman, es bastante variado y complejo. Lo es, porque puede abarcar desde el orador como tal hasta la humanidad entera.

Desde las ciencias del lenguaje es posible hacer una consideración sobre el carácter de interlocutor ostentada por el auditorio. Que lo sea implica, de muchas maneras, que se configura como tal a partir de una cierta decisión estratégica del orador. Desde esa perspectiva el auditorio emerge más como un sujeto de discurso que como un sujeto empírico, lo que entonces supone un tratamiento cualitativamente distinto del que tendría desde la facticidad. Una segunda consideración proviene de la filosofía política. Desde allí el auditorio puede ser asumido como el antagonista del orador que se involucra con él en una disputa por la consecución de posiciones hegemónicas que refrenden con creces una condición dominante y una cierta construcción de procesos identitarios más sólidos y duraderos. Esas posiciones, no obstante ser precarias e inestables, patentizan los alcances reales de los proyectos políticos agenciados por los distintos actores sociales. Que un grupo, por ejemplo una clase social, logre conquistar una posición a partir de los argumentos esgrimidos supone, necesariamente, que otro la ha perdido por lo menos temporalmente. Que la pueda retener por un tiempo más o menos largo dependerá de muchos factores. Por ejemplo, dependerá de su capacidad para liderar procesos en los cuales su punto de vista, su percepción de esos procesos como tales, prevalezca sobre las lecturas que hacen otros que tienen intereses antagónicos.

Pierre Bourdieu trabajó a lo largo de su vida el concepto de poder. Lo examina en distintos libros una y otra vez. En este caso me interesa abordar la manera como lo trabaja en “¿Qué significa hablar?”. Partiendo de un análisis sobre el mercado de los bienes simbólicos traza una zaga del poder que se hace visible a partir de su contingencia y precariedad devenida de su carácter histórico. Esta inscripción en la historia materializa la opción de asumir el poder más como un instrumento de la acción que como un objeto de intelección. Es decir, permite romper de una manera radical con las posturas esencialistas. Él es bastante enfático al expresar la necesidad de superar la percepción de las relaciones sociales como interacciones simbólicas para  asumirlas como relaciones de fuerza, históricamente marcadas. Esto significa que se asume el poder como el resultado de un cúmulo de relaciones efectiva y significativamente establecidas entre los individuos, los grupos y las formaciones sociales en su conjunto.

Lo que a juicio de Bourdieu hace visible ese poder es el lenguaje, en tanto que lo expresa, es decir, en la medida en que lo marca con una serie discriminada de características que materializan su eficacia en el contexto de las sociedades. Lo que está claro para él es que esta eficacia se nutre del carácter biunivoco de las relaciones de poder expresadas en las prácticas lingüísticas. A juicio suyo “la eficacia de los discursos cultos procede de la oculta correspondencia entre la estructura del espacio social en que se producen –campo político, campo religioso, campo artístico o campo filosófico- y la estructura del campo de las clases sociales en que se sitúan los receptores y con relación a la cual interpretan los mensajes” [10]

Ese lenguaje oficia de conector entre los individuos, la sociedad civil y los aparatos del Estado, en la medida en que vehiculiza las acciones políticas y de muchas maneras garantiza su reproducción. Ello es posible en tanto la lógica que lo estructura es una lógica relacional que opera de manera más o menos semejante en distintos ámbitos de la vida social. Sólo que en este caso me interesan de manera puntual los escenarios de la política. Por eso me parece importante resaltar las acciones de describir y de prescribir que a juicio de Bourdieu identifican el ejercicio del poder político propiamente dicho. Para él “La acción propiamente  política es posible porque los agentes, que hacen parte del mundo social, tienen un conocimiento (más o menos adecuado) de ese mundo y saben que se puede actuar sobre él actuando sobre el conocimiento que de él se tiene.”  [11]

Esa acción política deberá hacer evidentes las adhesiones tácitas que ligan los sujetos individuales y los grupos sociales al orden establecido. La acción política tiene, entonces, unos efectos que sobrepasan con creces el orden de lo propiamente empírico, porque no sólo existe físicamente, sino también porque se despliega en los órdenes de lo imaginario y de lo simbólico. Esas adhesiones mencionadas de manera insistente por Bourdieu son materialmente posible porque suturan, así sea en una forma provisional y contingente las relaciones entre los grupos, los sujetos y las formaciones sociales. Esta operación vinculante es objetivamente posible en la medida en que la política sea asumida como una práctica discursiva. Si procedemos de esa manera es porque de alguna manera asumimos el discurso como “un horizonte de constitución de todo objeto y práctica social.” [12] Como en este caso lo que interesa es el discurso argumentativo que opera en el ámbito de lo político, entonces resulta bastante fácil de comprender porque la presentación y la defensa de unos argumentos implican de hecho un ejercicio de poder.

La argumentación política está oscilando de manera permanente entre la objetividad y la subjetividad. De entrada, eso resulta casi obvio. Sin embargo, cuando tratamos de precisar lo que entendemos por objetivo y por subjetivo, la discusión se complica. Griselda Gutiérrez Castañeda propone una idea de objetividad que me parece útil para la discusión. En un texto suyo sobre el sujeto de la política ella propone asumir la objetividad como “discursiva, lo cual significa que sin renunciar al ideal de inteligibilidad, mantiene y acentúa el carácter relacional de cualquier identidad social, y evita todo tipo de fijación esencialista de las mismas al interior de un sistema.” [13]  En ese mismo texto se refiere de una manera explícita a la lógica de los discursos, en general, y de los argumentativos, en particular, subrayando la indeterminación que rige las relaciones entre el significante y lo significante de esos discursos. Eso le permite avanzar en una propuesta para asumir el análisis de la sociedad. Derivando de la lógica de lo discursivo una propuesta metodológica, enfrenta lo social como constituido por “un juego infinito de diferencias que hace insostenible la concepción de sociedad como sistema cerrado o totalidad, o el ser expresión de una lógica necesaria, susceptible de ser univoca y literalmente interpretable.” [14] Otra manera de entender la objetividad es la propuesta por Stefano Bartolini. Para él la objetividad es preciso entenderla como “un juego permanente de intersubjetividades” [15] Subrayo deliberadamente la noción intersubjetividad porque me parece que ella contiene el nódulo de la discusión a propósito del empoderamiento supuesto en toda práctica argumentativa que tiene lugar en el ámbito de la política.

La asunción teórica de la argumentación política parece viable desde la Retórica o Teoría de la Argumentación y, simultáneamente, desde la Filosofía Política. Lo parece en la medida en que estos dos campos de saber permiten dar cuenta de la lógica relacional que está en la base misma de esa clase de argumentación. La práctica política es una práctica discursiva por tres razones básicas: 1. Porque es una práctica vinculante, es decir, porque siempre supone un conjunto de relaciones entre los sujetos, la sociedad civil y los aparatos del Estado. 2. Porque supone posicionamientos para los grupos sociales y para los sujetos individuales interrelacionados al interior de esos grupos a partir de intereses que los siempre los desbordan con creces. 3. Porque posibilita, en términos materiales, unos procesos de configuración identitaria que más allá de su precariedad resultan significativos. Sólo la Retórica, considerada como un campo del conocimiento en donde lo fundamental es examinar los mecanismos y las estrategias de la persuasión, puede dar cuenta del macroproyecto persuasivo que está implícito en toda argumentación política.

1. LOS POSTULADOS DE LA PRAGMÁTICA.


1.1.    EL LENGUAJE COMO UNA FORMA DE ACCIÓN.
Los teóricos del lenguaje necesitaron muchas décadas, propuestas y textos, para hacer precisiones relativas a sus temas de estudio, que a las personas comunes y corrientes pueden parecerles triviales y anodinas. Sin embargo, esta tarea nunca fue, es o será fácil, porque suponía, supone y supondrá, tomar distancia frente a aquello que se sabe y, sobre todo, problematizarlo a través de la formulación de preguntas, hipótesis y conjeturas contrastables. Ese trabajo de elaboración teórica siempre implica superar con creces el umbral de la obviedad que lleva a la mayoría de las personas a considerar la búsqueda de la verdad como algo secundario e insignificante.

La primera de esas precisiones es la relativa al objeto teórico de las llamadas Ciencias del Lenguaje. Esas ciencias comparten, de muchas y variadas maneras, el mismo objeto. Es posible hacer esta afirmación de una manera más o menos tajante, porque el lenguaje constituye el punto de confluencia nodal de esas ciencias, más allá de las indiscutibles diferencias particulares que sin duda alguna existe entre ellas. Hoy tenemos una cierta clase de certidumbre sobre ese objeto lenguaje, que estando muy lejos de ser una definición dogmática, es un punto de partida más o menos confiable para la discusión. De acuerdo con ella, podemos afirmar que el lenguaje constituye un rasgo o una propiedad mental de los individuos que pertenecemos a la especie humana. Noam Chomsky, utiliza en alguno de sus textos una metáfora que ilustra el carácter central y definitorio del lenguaje en la definición de lo que podemos entender por naturaleza humana. Él afirma que el lenguaje es tan propio de los seres humanos, como lo es de las aves el volar. Esta primera precisión da cuenta de la perspectiva formal en los análisis posibles.

Sin embargo, la relativa claridad que tenemos ahora no siempre la hemos tenido. Durante todos los años de vigencia del modelo estructuralista lo que se entendió por objeto de la lingüística fue la lengua, en vez del lenguaje, y el método que durante todo este tiempo se consideró apropiado fue el descriptivo que sin duda permite una mirada minuciosa y detenida a todos y cada uno de los objetos del uso, pero que está radicalmente impedido para permitirnos entender de una manera satisfactoria porque un usuario común y corriente puede producir o entender una frase N, no obstante que nunca antes la haya producido o la escuchado. Nombres como los de Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson, Louis Hjelmslev, Emilio Benveniste, André Martinet, Leonard Bloomfield y otros están ahí en los  procesos de ruptura fundacional o de consolidación y desarrollo a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX. Todos ellos, más allá de sus diferencias particulares se hacen semejantes en la postura metodológica que elige la descripción, a veces agobiantemente precisa, de las unidades que al relacionarse entre si permiten un cierto resultado. También se parecen en que ninguno de ellos permiten una explicación del lengua, así esta pudiera considerarse rudimentaria.

La segunda precisión es la que tiene que ver con la dimensión empírica del lenguaje. En relación con ella, es posible plantear la siguiente hipótesis: el lenguaje supone o implica siempre una cierta clase de acción. Hay dos razones por las cuales podemos hacer este planteamiento: 1.  Es un hacer siempre intencionado, es decir, es una acción que siempre busca cumplir un objetivo o propósito.  2. Se despliega en el orden o en el nivel de lo discursivo. La primera de las razones es importante tenerla en cuenta, porque nos exime de creer que una expresión cualquiera puede producirse por casualidad o por azar. La segunda, nos permite entender que aquello que lo identifica es más lo propio de lo imaginario y de lo simbólico que de lo físico. El lenguaje, en tanto es una característica esencial en los seres humanos, supone siempre una doble conversión: aquella que va de lo abstracto a lo concreto y viceversa. La primera de esas razones alude al carácter volitivo que de muchas maneras tiene esa clase de acción que está involucrada en el lenguaje.  

                                                                        

ARGUMENTACIÓN POLÍTICA


UNO.
Intentar un desglosamiento de la relación existente entre la retórica y la política, exige un viaje de ida y regreso entre los dos términos. En otras palabras, implica reconocer de entrada el carácter biunívoco de la relación. Ello, porque es casi obvio que al desarrollar la discusión aparecerá como más o menos evidente la presencia protagónica de la persuasión en la retórica y en la política. Por esa razón quisiera en este punto señalar a manera de hipótesis una convicción personal que alude al carácter discursivo de las prácticas políticas. A mi juicio éste se da por dos razones básicas: 1. En esas prácticas aparecen y cumplen un papel importante distintos elementos de significación. 2. En la base de ellas hay una lógica relacional que les sirve de fundamento. Que sea la relación establecida entre los elementos y no cada uno de ellos por separado, lo que verdad interesa, me parece que es lo hay que enfatizar.

Esa reflexión sobre la retórica y su incidencia en la política tiene una historia que no por particular deja de ser interesante. En ella podemos reconocer dos épocas bastante diferenciadas. La primera de ellas, la Antigüedad Clásica, es abiertamente política en la medida en que se sustenta en el interés por la polis y por la democracia.[16] Adicionalmente, resulta interesante aludir al significado que tiene entre los griegos la vivencia de la libertad.[17] Esa época de la antigüedad tiene como protagonistas a un individuo y a un grupo. El primero de ellos es Aristóteles, los segundos son los sofistas. Estos, en general; Gorgias, en particular, pueden ser vistos hoy como maestros de la palabra argumentativa. Dicho más enfáticamente: como practicantes de unas formas discursivas identificadas por el propósito de la persuasión. Más que crear una escuela o una corriente de pensamiento pedagógico en la cual fuese posible identificar maestros y discípulos, el objetivo primordial de su trabajo parece haber sido el de lograr que los jóvenes que recibían sus lecciones fuesen capaces de pensar siempre por si mismos. De la lectura de los textos de uno y otros, me parece que podemos derivar  una serie de propuestas sobre el discurso, los sujetos y el lenguaje que hoy, más de dos mil quinientos años después, siguen siendo pertinentes y apropiadas.[18]

Los sofistas, y Aristóteles pueden ser vistos ahora y desde la perspectiva de una teoría del discurso político considerado como una forma particular y concreta de discurso argumentativo, como los adalides precursores de ese tipo de discurso que centra el uso de todos sus recursos y el cumplimiento de sus objetivos en el logro de una persuasión en torno a la naturaleza, el ejercicio y las relaciones del poder. Desde las perspectivas de los teóricos del primer momento y los actuales, uno puede reconocer en la retórica política una formulación hipotética y no el despliegue arrogante de una verdad que se presenta a si misma como omnipresente y absoluta. Mejor dicho, el estudio de los trabajos escritos por teóricos de diferentes épocas nos pone en frente de una hipótesis según la cual la verdad no constituye el centro de los procesos argumentativos en el nivel de la política. No lo es, porque la preocupación nodular allí es la verosimilitud. Lo que parece importante, realmente importante, es que aquello que se enuncia pueda ser creído. Que aquello que el destinador[19] expresa pueda ser compartido por sus destinatarios o interlocutores.

Los procesos de enunciación política tienen una dimensión argumentativa, en tanto que con ellos se intenta lograr la adhesión de alguien a un proyecto político que se le propone con la intención mas o menos manifiesta de persuadirlo. Esta dimensión argumentativa implica, en primer lugar, que a partir de esos procesos enunciativos se resemantiza lo real de acuerdo con unas líneas de producción del sentido que suponen volver una y otra vez sobre esos significantes para transformar su valor, haciéndolos connotativos. En segundo lugar, y esto me parece mucho más importante que lo primero, supone una serie discriminada de preguntas que intentan caracterizar este tipo de enunciación de una manera que resulte adecuada y satisfactoria. Podríamos considerar preguntas como estas: ¿Cuáles son los elementos y las estrategias que convierten todo acto de enunciación política en un ejercicio de poder?, ¿Cómo entender o asumir la noción de poder?, ¿Cuáles son las posibilidades y los límites de los grupos sociales en ese acto o proceso enunciatario?, ¿Cuáles las tenidas por los sujetos particulares y concretos?, ¿Desde cual perspectiva teórica interrogar el carácter argumentativo de la enunciación política? Las respuestas a esas preguntas, serían en primer lugar eso, respuestas. En segundo lugar, constituirían siempre la base de unas preguntas más amplias, complejas e inquietantes. Por todo eso me parece importante señalar que toda respuesta aparece siempre en un horizonte de sentido que la hace provisional y discutible.

Los procesos de enunciación política tienen siempre las características de una proposición persuasiva. Eso significa, de un lado, la posibilidad de que se constituyan como acciones que actualizan un lenguaje, considerado como un sistema. De otro, supone que su razón de ser es la búsqueda de una interlocución que intenta cambiar los comportamientos de quien escucha o quien lee. En otras palabras, lo que se pone en circulación cada vez que alguien intenta persuadir  bajo presupuestos explícitamente políticos, es un conjunto de estrategias que buscan la adhesión de los interlocutores objeto de la argumentación a la propuesta planteada por el destinador. Esas estrategias son pertinentes en la medida en incorporan un orador, unos argumentos y un auditorio. Examinemos, así sea brevemente, cada uno de estos elementos.

El orador podemos entenderlo como un sujeto individual o colectivo que desde una serie de intereses inscritos en los distintos órdenes de lo real profiere o enuncia unos mensajes y, que como lo afirma Alvaro Díaz Rodríguez, siempre busca “acrecentar la adhesión de quienes comparten sus puntos de vista sobre el tema y trata de persuadir al mayor número de competentes y razonables.”[20]. El orador habrá de esgrimir siempre un punto de vista que a juicio suyo aparezca como razonable y verosímil. Es decir, el primero que debe creer el argumento planteado es el orador como tal. Ello porque le resultará poco menos que imposible convencer o persuadir a otros de un argumento que a él mismo le resulta deleznable y trivial. El propósito fundamental del orador tendrá que ser llevar a sus interlocutores, vale decir a su auditorio, a cambiar de una manera más o menos importante no sólo sus creencias y sus gustos, sino también, sus comportamientos. Por eso, sus objetivos básicos tienen que ver con una filosofía práctica. En su accionar argumentativo el orador deberá tener en cuenta a sus interlocutores de una manera integral. Chaïm Perelman sostiene que la argumentación no sólo busca la adhesión intelectual, sino que muy a menudo pretende “incitar a la acción, o, por lo menos, crear una disposición para la acción”[21] Esto se explica en la medida en que “Quien argumenta no se dirige a lo que considera facultades tales como la razón, las emociones, la voluntad; el orador se dirige al hombre completo, pero, según los casos, la argumentación buscará efectos diferentes y utilizará cada vez métodos apropiados, tanto para el objeto de un  discurso, como para el tipo de auditorio sobre el cual se quiere actuar”[22]

En este punto concreto me parece pertinente subrayar el carácter estratégico de la argumentación política. Me parece importante enfatizarlo porque es de esa condición que se deriva una característica sustancial para el orador: su búsqueda de posicionamiento en la perspectiva de lograr un lugar dominante o hegemónico en relación con su interlocutor, que para estos efectos funge como antagonista. También parece necesario aludir a las posibilidades que el orador, en el caso de la argumentación política, tiene de construir, irregular y contradictoriamente, su identidad. Que esa identidad sea inestable y precaria no disminuye de manera sustancial su importancia en la configuración del orador considerado como enunciador más o menos consciente de unos mensajes. No las disminuye porque ese orador, quienquiera que sea, expresa a través de sus argumentos, más exactamente a través del punto de vista que estos contienen, sus convicciones más profundas y las de los grupos sociales a los cuales pertenece.

Los argumentos, siempre habrá que recordarlo, constituyen formas de razonamiento sobre lo contingente, es decir, sobre aquello que en un momento determinado del proceso de interlocución aparece como confiable para lograr ser claros y coherentes en esas posiciones, independientemente de lo consensuadas que puedan resultar. Alvaro Díaz Rodríguez propone entender un argumento como “un razonamiento en el que se justifica o sustenta una convicción”[23] Según su idea de argumento éste debe tener siempre una organización interna regida por la coherencia. Esa coherencia supone una lógica relacional que implica, en todos los casos, que el argumento deriva sus posibilidades de significar no del número de sus componentes, sino de las maneras como éstos estén relacionados. Los argumentos tienen como componentes esenciales: Una posición o un punto de vista, un condicionamiento, un fundamento, un garante, una concesión, una refutación. Estos componentes, más allá, de sus particularidades, resultan pertinentes en tanto se relacionan a partir de unos principios o de unas condiciones de eficacia.

Giandomenico Majone hace, a propósito de la argumentación presente en la retórica política, una distinción entre los argumentos que permiten tomar decisiones y los análisis que conllevan a un análisis más o menos objetivo de una situación dada. Majone subraya que los primeros son necesariamente subjetivos porque lo que siempre está en juego en ellos es un conjunto de valores, gustos y creencias compartidos por unos grupos sociales. Los segundos, en cambio, están cerca de la objetividad en la medida en que tienen una superestructura expositiva o descriptiva que puede soslayar con cierto éxito los compromisos afectivos. Teniendo en cuenta lo anterior sostiene que “debe trazarse una distinción clara entre el análisis profesional de las políticas y la defensa o la deliberación de las políticas. El análisis profesional de las políticas comienza sólo después de que se han estipulado los valores relevantes, ya sea por un gobernante autorizado o mediante la suma de las preferencias ciudadanas en el proceso político”[24] Junto con lo anterior es importante subrayar que los procesos de argumentación implícitos en las prácticas argumentativas no pueden ser asumidos por quienes los usan como formas más o menos explícitas de demostración. Los argumentos no pueden demostrar absolutamente nada. Sólo puede aspirarse con ellos a lograr la adhesión de unos auditorios, en la medida en que se utilicen argumentos que resulten ser convincentes porque tienen fuerza ilocutiva. Otra vez Majone: “La imposibilidad de probar cuál es la acción correcta en la mayoría de las situaciones prácticas debilita la credibilidad del análisis como solución del problema, pero no implica que la información, la discusión y el argumento sean irrelevantes. Razonamos aun cuando no calculemos: fijando normas y formulando problemas, presentando pruebas en pro y en contra de una propuesta, ofreciendo o rechazando críticas. En todos estos casos, no demostramos: argumentamos.”[25]

Examinemos ahora la noción de auditorio. Su análisis se justifica plenamente en la medida en que es posible afirmar que marca una línea de diferencia entre la Retórica Antigua y la Nueva Retórica o Teoría de la Argumentación. Chaïm Perelman, quien sin duda alguna es el representante más significativo de la segunda, propone entender el auditorio como “el conjunto de aquellos sobre los cuales el orador quiere influir con su argumentación”.[26]  Este conjunto, como lo advierte el mismo Perelman, es bastante variado y complejo. Lo es, porque puede abarcar desde el orador como tal hasta la humanidad entera.

Desde las ciencias del lenguaje es posible hacer una consideración sobre el carácter de interlocutor ostentada por el auditorio. Que lo sea implica, de muchas maneras, que se configura como tal a partir de una cierta decisión estratégica del orador. Desde esa perspectiva el auditorio emerge más como un sujeto de discurso que como un sujeto empírico, lo que entonces supone un tratamiento cualitativamente distinto del que tendría desde la faticidad. Una segunda consideración proviene de la filosofía política. Desde allí el auditorio puede ser asumido como el antagonista del orador que se involucra con él en una disputa por la consecución de posiciones hegemónicas que refrenden con creces una condición dominante y una cierta construcción de procesos identitarios más sólidos y duraderos. Esas posiciones, no obstante ser precarias e inestables, patentizan los alcances reales de los proyectos políticos agenciados por los distintos actores sociales. Que un grupo, por ejemplo una clase social, logre conquistar una posición a partir de los argumentos esgrimidos supone, necesariamente, que otro la ha perdido por lo menos temporalmente. Que la pueda retener por un tiempo más o menos largo dependerá de muchos factores. Por ejemplo, dependerá de su capacidad para liderar procesos en los cuales su punto de vista, su percepción de los procesos políticos como tales, prevalezca sobre las lecturas que hacen otros que tienen intereses antagónicos.

Pierre Bourdieu trabajó a lo largo de su vida y en diferentes textos el concepto de poder. En este caso me interesa tener en cuenta la manera como lo trabaja en “¿Qué significa hablar?”. Partiendo de un análisis sobre el mercado de los bienes simbólicos traza una zaga del poder que se hace visible a partir de su contingencia y precariedad devenida de su carácter histórico. Esta inscripción en la historia materializa la opción de asumir el poder más como un instrumento de la acción que como un objeto de intelección. Es decir, permite romper de una manera radical con las posturas esencialistas. Él es bastante enfático al expresar la necesidad de superar la percepción de las relaciones sociales como interacciones simbólicas para  asumirlas como relaciones de fuerza, históricamente marcadas. Esto significa que se asume el poder como el resultado de un cúmulo de relaciones efectiva y significativamente establecidas entre los individuos, los grupos y las formaciones sociales en su conjunto.

Lo que a juicio de Bourdieu hace visible ese poder es el lenguaje, en tanto que lo expresa, es decir, en la medida en que lo marca con una serie discriminada de características que materializan su eficacia en el contexto de las sociedades. Lo que está claro para él es que esta eficacia se nutre del carácter biunivoco de las relaciones de poder expresadas en las prácticas lingüísticas. A juicio suyo “la eficacia de los discursos cultos procede de la oculta correspondencia entre la estructura del espacio social en que se producen –campo político, campo religioso, campo artístico o campo filosófico- y la estructura del campo de las clases sociales en que se sitúan los receptores y con relación a la cual interpretan los mensajes”[27]

Ese lenguaje oficia de conector entre los individuos, la sociedad civil y los aparatos del Estado, en la medida en que vehiculiza las acciones políticas y de muchas maneras garantiza su reproducción. Ello es posible en tanto que, como ya lo señalé atrás, la lógica que lo estructura es una lógica relacional que opera de manera más o menos semejante en distintos ámbitos de la vida social. Sólo que en este caso me interesan de manera puntual los escenarios de la política. Por eso me parece importante resaltar las acciones de describir y de prescribir que a juicio de Bourdieu identifican el ejercicio del poder político propiamente dicho. Para él “La acción propiamente  política es posible porque los agentes, que hacen parte del mundo social, tienen un conocimiento (más o menos adecuado) de ese mundo y saben que se puede actuar sobre él actuando sobre el conocimiento que de él se tiene.”[28]

Esa acción política deberá hacer evidentes las adhesiones tácitas que ligan los sujetos individuales y los grupos sociales al orden establecido. La acción política tiene, entonces, unos efectos que sobrepasan con creces el orden de lo propiamente empírico, porque no sólo existe físicamente, sino también porque se despliega en los órdenes de lo imaginario y de lo simbólico. Esas adhesiones mencionadas de manera insistente por Bourdieu son materialmente posible porque suturan, así sea en una forma provisional y contingente las relaciones entre los grupos, los sujetos y las formaciones sociales. Esta operación vinculante es objetivamente posible en la medida en que la política sea asumida como una práctica discursiva. Si procedemos de esa manera es porque de alguna manera asumimos el discurso como “un horizonte de constitución de todo objeto y práctica social.”[29] Como en este caso lo que interesa es el discurso argumentativo que opera en el ámbito de lo político, entonces resulta bastante fácil de comprender porque la presentación y la defensa de unos argumentos implican de hecho un ejercicio de poder.

La profesora Arantxa Capdevila Gómez plantea en un texto suyo sobre la estructura argumentativa de los Spots electorales algo que me parece sugestivo mencionar aquí. A juicio de ella la retórica hace significativos unos mundos posibles que se construyen en la búsqueda de la cooperación con el auditorio. Según su criterio, esos mundos posibles están caracterizados por la pluralidad y la transitividad. Ese mundo de lo posible se construye a través de una serie de operaciones discursivas que revisten casi siempre una condición estratégica. Esas operaciones van desde la búsqueda de argumentos, pasando por su ordenamiento, hasta la interrelación de acuerdo con un plan. Subrayo esto último porque de acuerdo con los juicios derivados del sentido común, los procedimientos retóricos parecen derivarse del azar o la casualidad.

La argumentación política está oscilando de manera permanente entre la objetividad y la  subjetividad. De entrada, eso resulta casi obvio. Sin embargo, cuando tratamos de precisar lo que entendemos por objetivo y por subjetivo, la discusión se complica. Griselda Gutiérrez Castañeda propone una idea de objetividad que me parece útil para la discusión. En un texto sobre el sujeto de la política ella propone asumir la objetividad como “discursiva, lo cual significa que sin renunciar al ideal de inteligibilidad, mantiene y acentúa el carácter relacional de cualquier identidad social, y evita todo tipo de fijación esencialista de las mismas al interior de un sistema.”[30]  En ese mismo texto se refiere de una manera explícita a la lógica de los discursos, en general, y de los argumentativos, en particular, subrayando la indeterminación que rige las relaciones entre el significante y lo significante de esos discursos. Eso le permite avanzar en una propuesta para asumir el análisis de la sociedad. Derivando de la lógica de lo discursivo una propuesta metodológica, enfrenta lo social como constituido por “un juego infinito de diferencias que hace insostenible la concepción de sociedad como sistema cerrado o totalidad, o el ser expresión de una lógica necesaria, susceptible de ser univoca y literalmente interpretable.”[31] Otra manera de entender la objetividad es la propuesta por Stefano Bartolini en su texto sobre metodología de la investigación en el campo de la Ciencia Política. En ese texto él plantea que la objetividad es preciso entenderla como “un juego permanente de intersubjetividades”[32] Subrayo deliberadamente la noción intersubjetividad porque me parece que ella contiene el nódulo de la discusión a propósito del empoderamiento supuesto en toda práctica argumentativa que tiene lugar en el ámbito de la política.

La asunción teórica de la argumentación política parece viable desde la Retórica o Teoría de la Argumentación y, simultáneamente, desde la Filosofía Política. Lo parece en la medida en que estos dos campos de saber permiten dar cuenta de la lógica relacional que está en la base misma de esa clase de argumentación. Retomando mi hipótesis inicial sobre el carácter discursivo de las prácticas políticas quisiera señalar tres razones básicas: 1. Es una práctica vinculante, es decir, porque siempre supone un conjunto de relaciones entre los sujetos, la sociedad civil y los aparatos del Estado. 2. Supone posicionamientos para los grupos sociales y para los sujetos individuales interrelacionados al interior de esos grupos a partir de intereses que los siempre los desbordan con creces. 3.  Posibilita, en términos materiales, unos procesos de configuración identitaria que más allá de su precariedad resultan significativos. Sólo la Retórica, considerada como un campo del conocimiento en donde lo fundamental es examinar los mecanismos y las estrategias de la persuasión, puede dar cuenta del macroproyecto persuasivo que está implícito en toda argumentación política.

Los más recientes trabajos sobre argumentación política hacen énfasis en dos aspectos que aparecen como interesantes para una discusión más o menos objetiva sobre este tipo específico de procesos. En primer lugar, se trata de establecer un principio de diferencia que resulte útil entre lo convencional o formal y lo empírico. En segundo término, de asumir la multiplicidad y la complejidad de los escenarios en donde discurren los procesos de comunicación política. Esas dos consideraciones enriquecen el análisis en la medida en que incorporan aspectos importantes que se derivan de la concurrencia de las ciencias del lenguaje. Esa concurrencia contribuye a complejizar el trabajo que ya se hacía desde la filosofía política, por ejemplo.

Las teorías políticas, como lo señala Jean-Fabien Spitz en un ensayo suyo, pueden ser justificadas racionalmente. Según Spitz la justificación no supone un problema de demostración. Se trata de “intentar evaluar los méritos respectivos de las teorías existentes, es decir, de aquellas que conocemos, para decir si una de ellas satisface más (o de manera menos imperfecta) que las otras, un cierto número de criterios que uno puede esforzarse en formular, pero que tampoco tienen, seguramente, nada de definitivo”.[33]  Esa justificación discurre de manera prioritaria en el terreno de lo convencional, pero resulta que las condiciones dadas efectivamente en las sociedades históricamente constituidas están exigiendo ser reconocidas. Es ahí en donde aparece la diferencia significativa para las teorías políticas que se pretende poner en circulación en tanto que se comunican con el propósito explícito o implícito de lograr la adhesión de los destinatarios. La filosofía política, según Spitz, no puede decretar a priori lo que los individuos deben querer. Su obligación es, por el contrario, tener en cuenta los puntos de vista de esos individuos, así éstos se expresen como opiniones. Pierre Livet en un texto titulado Convenciones y limitaciones de la comunicación, enfatiza en la imposibilidad de constatar empíricamente el cumplimiento de los principios formulados en el terreno de lo convencional. Las posiciones suyas y las de Spitz lo que están patentizando es que el horizonte de sentido válido para lo empírico es cualitativamente distinto del que aparece como tal para lo teórico.

En el contexto de la argumentación política concurren, como lo señalan algunos  teóricos del lenguaje, distintas y variadas fuerzas de enunciación. Eso hace que de suyo esa forma de argumentación se haga compleja. En la más inmediata contemporanidad se ido acrecentando esa característica. Si hasta pocos años uno podía pensar que las fuerzas de enunciación pasaban por el enunciador, el enunciatario y la intención, pero que el escenario casi exclusivo era lo público-estatal, ahora la situación es muy diferente. Las organizaciones que durante mucho tiempo se entendieron como afiliadas naturalmente al ámbito de lo privado, ahora reclaman la condición de lo público y demandan un discurso político. Las reclaman, porque si bien las coordenadas del Estado pueden ser un tanto difusas, las de la ley y las del poder no lo son. André-J Belanger en su trabajo sobre La comunicación política, o el juego del teatro y las arenas, logra plantearlo de una manera bastante clara. Se trata de algo más que un número más grande de escenarios apropiados para la argumentación política. Se trata de que esos escenarios se relacionan entre sí a partir de una gramática bastante particular y al relacionarse delimitan espacios de significación para lo político que son bien distintos de los que hemos considerado tradicionalmente. Una cita del texto de Belanger me parece necesaria en este punto: “La comunicación política procede entonces de la estrategia de la cual constituye su instrumento principal. Puede llegar a ser manipulación, incitación, amenaza, persuasión o hasta mandato. Nunca es más que un medio para lograr un fin, el cual puede ser de naturaleza muy variable. Así entendida, la comunicación política debe situarse mucho más allá de los círculos comúnmente reconocidos como políticos”[34]. Al trazar la trayectoria de una parábola la argumentación política de alguna manera vuelve sobre sí misma. Sólo que este viaje de ida y de venida la ha cambiado para siempre y una manera bastante radical. La ha cambiado porque al darse ha terminado por recibir y por dar incidencias de diverso tipo. Es decir, ha recibido las marcas que es posible recibir en todo proceso de intercambio simbólico en el cual aparecen involucrados sujetos, grupos sociales, lenguajes e intereses ideológicos.    




CONTENIDO

Presentación.
Introducción: ¿Qué significa argumentar en política?
1.            LOS POSTULADOS DE LA PRAGMÁTICA.
1.1.      El lenguaje como una forma de acción.
1.2.      La teoría de los actos de habla.
1.3.      Los distintos modos de la afirmación.
1.4.      La verdad frente a la verificación.
1.5.      Las estrategias discursivas.
1.6.      Transacción e interacción.
1.7.      Acuerdos y transgresiones.
1.8.      La polifonía de la enunciación.
     
2.            UNA APROXIMACIÓN AL DISCURSO.
2.1.      Del sistema al proceso.
2.2.      Cualificaciones y transformaciones modales.
2.3.      Modalización y subjetividad.
2.4.      La construcción de la verdad.
2.5.      Las figuras de la manipulación.
2.6.      Sujeto, espacio y tiempo en el discurso.
2.7.      Una tipología de los discursos.
2.8.      La teoría del análisis crítico del discurso.

3.            LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN.
3.1.      Los aportes de la Retórica.
3.2.      Los elementos de la argumentación.
3.3.      Los tipos de argumentos y las técnicas argumentativas.
3.4.      La demostración y la argumentación.
3.5.      El auditorio universal.
3.6.      Las falacias argumentativas.
3.7.      La argumentación lógica y la discursiva.
3.8.      La argumentación jurídica y la política.

4.            LA ARGUMENTACIÓN POLÍTICA.
4.1.      El lenguaje como fundamento.
4.2.      La lengua como contexto.
4.3.      El convencimiento y la persuasión.
4.4.      Lo público como centro de lo político.
4.5.      Los referentes del discurso político.
4.6.      La dialéctica de la subjetividad y la política.
4.7.      Las posibilidades de la representación.
4.8.      La ética de la argumentación política.




BIBLIOGRAFÍA

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28.         .................................    El discurso como interacción social.  Editorial Gedisa.  Barcelona.  2000.
29.         .................................     Ideología.  Editorial Gedisa.  Barcelona.  1999.
30.         WESTON, Anthony.  Las claves de la argumentación.  Editorial Ariel.  Barcelona.  1996.
31.         ZEMELMAN, Hugo.  De la historia a la política.  Siglo XXI editores.  México.  1998. 





[1] Manual de retórica, página 19
[2] Sin duda alguna que es a Jacqueline de Romilly a quien debemos la defensa más documentada y eficaz sobre el papel de los sofistas en la Grecia Antigua. Son sus argumentos lo suficientemente sólidos y eficaces como para hacernos pensar en ellos más acá de todos los prejuicios acumulados a lo largo del tiempo.
[3] Alvaro Díaz Rodríguez, La argumentación escrita, página 44.
[4] Chaïm Perelman, El imperio retórico,  página 32.
[5] Chaïm Perelman, Op Cit,  Página 33.
[6] Alvaro Díaz Rodríguez, Op Cit, página 57.
[7] Giandomenico Majone, Evidencia, argumentación y persuasión en la formulación de políticas, página 57.
[8]   Giandomenico Majone, Op cit, página 58.
[9]   Chaïm Perelman, Op Cit, página  35.
[10] Pierre Bourdieu, ¿Qué significa hablar?, página 15.
[11] Pierre Bordieu, Op Cit,  Página  96.
[12] Griselda Gutiérrez Castañeda,  La constitución del sujeto de la política, página  91.
[13] Griselda Gutiérrez Castañeda, Op Cit,  página 91.
[14] Griselda Gutiérrez Castañeda,  Op Cit, página 93.
[15] Stefano Bartolini, Manual de Ciencia Política, página 43.
1.       [16] La polis es necesario entenderla simultáneamente de dos maneras: como lugar y como modo de vida. El segundo significado es mucho más importante que el primero, entre otras razones porque de allí se deriva la condición de ciudadano que es esencial en teoría política.
2.       [17] Esa importancia ha llevado a Bice Mortara Garavelly a sostener en un libro suyo que la retórica es incompatible con el ejercicio autoritario del poder.
3.       [18] Sin duda alguna que es a Jacqueline de Romilly a quien debemos la defensa más documentada y eficaz sobre el papel de los sofistas en la Grecia Antigua. Son sus argumentos lo suficientemente sólidos y eficaces como para hacernos pensar en ellos más acá de todos los prejuicios acumulados a lo largo del tiempo.
4.       [19] En retórica se utiliza la noción de orador para aludir a quien argumenta y auditorio para mencionar a quien se busca persuadir. Yo prefiero los términos de destinador y destinatario, en la medida en que me parecen más universales.
5.       [20]  Díaz Rodríguez, Alvaro.  La argumentación escrita.  Página  44
6.       [21]   Perelman, Chain.  El Imperio retórico Página  33
7.       [22]   Ibidem.  Pg   33
8.       [23]   La argumentación escrita.  Pg  57
9.       [24] Majone, Giandomenico.  Evidencia, argumentación y persuasión en la formulación de políticas.  Pg  57
10.    [25]  Ibidem.  Pg  58
11.    [26]  Perelman, Chaín.  El imperio retórico.  Pg  35
12.    [27] Bourdieu, Pierre.  Qué significa hablar?   Pg  15
13.    [28]  Ibidem.  Pg  57
14.    [29]  Gutiérrez Castañeda, Griselda.  La constitución del sujeto de la política.   Pg  91
15.    [30]  Ibidem   Pg  91
16.    [31]  Ibidem  Pg  93
17.    [32]  En Pasquino, Gianfranco y otros.  Manual de Ciencia Política.  Pg  43
18.    [33]  Spitz, Jean-Fabien.  La política. Pg  109
19.    [34]  Belanger, André-J.  La comunicación política.  Pg  134

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